Se llama "efecto capullo" a la creencia por parte de la población de que lo que publican en las páginas de Internet no estará al alcance de todos. Lo que se escribe en la red, sea donde sea, queda a modo de hemeroteca accesible a todos. De modo que, como ya está ocurriendo, si alguien ha enviado una carta al director de un determinado diario y, pasado un tiempo, solicita que se retire dicha carta, el diario no puede hacerlo, aduciendo que no se puede alterar la historia. De ahí la necesidad de saber dónde se escribe, e incluso la prudencia de hacerlo a veces con nick o pseudónimo.
La gente, sobre todo los jóvenes, están colgado sus perfiles completos, incluidas fotos íntimas, en redes sociales como faceboock, twitter y otras. Y más de uno ha perdido su puesto de trabajo por escribir en la red que su trabajo era aburrido, y tener la mala suerte de que su jefe lo leyera. Hay que dejar muy claro que no todo nuevo contacto es amistad. Quizás debiéramos volver a retomar la intimidad en las relaciones amistosas. En la vida real, ante una humeante taza de te o café, una conversación privada, real, no sólo virtual.
Es la disyuntiva entre intimidad y extimidad. Las nuevas generaciones tienen un concepto distinto de lo íntimo, hasta el punto de que lo íntimo ya no pertenece al ámbito de lo privado. Les falta la experiencia de saber que en el exterior siempre hay depredadores dispuestos a destrozar su intimidad, su vida privada. Esa que tan ingenuamente quisieron compartir por el messenger o el faceboock, intentando “hacer amigos”. La amistad necesita confianza, intimidad, privacidad.
No me cabe duda de que muchas parejas se han conocido por internet. Pero también más de uno y una ha encontrado la muerte. Este medio no es ni bueno ni malo. Depende del uso y del sentido común de quien lo utiliza.
Martin Gelabet Ballester OP
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